El culto, el misterio, lo indescriptible son palabras asociables a ciertas experiencias como la que puede ser probar un buen jamón ibérico de reserva. La trascendencia de su sabor nace en la naturaleza, en un bosque especial hecho a la medida del hombre y del animal donde sol y sombra encuentran su equilibrio para ofrecer el mejor espacio posible para que pueda darse el milagro del jamón ibérico.
Lo indescriptible del producto se puede entender mejor haciendo referencia al concepto japonés de umami. Aquello que no es dulce, ni salado, ni amargo, ni ácido, pero ante lo cual el humano no puede dejar de salivar. Cuando una experiencia con un producto es tan compleja, trasladarla al concepto de un restaurante es una tarea de reinterpretación que requiere buena ejecución y capacidad de traslación. Los restaurantes Cinco Jotas han desarrollado un espacio acogedor, contemporáneo, sin excesos y en cierto modo parecido a esas cocinas donde los amigos se reúnen y disfrutan del vino y los aperitivos mientras se prepara la comida. Espacios limpios donde el protagonista es el producto, es el cerdo ibérico. Los colores neutros y naturales, el uso de la madera y la decoración sobria centrada en el proceso de la dehesa a la mesa permiten que el comensal vaya introduciéndose de una forma amable es este universo que es el del ibérico. Cuando el producto es de esa calidad, el ruído sobra y eso ocurre tanto en el packaging como en el diseño de interior. Hay que permitir que exista el silencio en el proceso de comunicación visual.
El interés por los procesos productivos de producto tradicional es algo que en la última década ha vivido una explosión. Queremos conocer el origen, nos atrae la experiencia cruda y real del campo, de la matanza y de los procesos heredados, se trata de un patrimonio trasladado durante generaciones al que el público actual cada vez da más importancia. Ya no basta con recibirlo empaquetado, queremos llevarnos parte de su pasado y de su historia.